Se detuvieron junto a la barandilla del mirador. A sus pies,
rompían las olas contra el acantilado.
Para Pedro, la visión del rompeolas,
reflejaba lo que ocurría en su mente. Su timidez era pétrea como las rocas que
las olas intentaban desgastar.
Giro su rostro, cerro sus ojos ante
el envite de una impetuosa ola, después, en sus labios sintió una cálida y
salada humedad.
Tardo unos segundos en abrirlos, lo que parecía una ola, era
la mirada de unos verdes ojos y lo que humedeció sus labios, un ardiente beso
que erosionó su timidez. A continuación, fue él quien se sumergió en la
profundidad de aquella mirada y sus labios en los de ella.
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