Deseo feroz

Sus pensamientos se asemejaban a una candela chisporroteante. Aquella joven hurí rehusaba complacerle y eso lo exasperaba. Aquella noche decidió poner fin a su provocación y, en caso de no ceder, dictaría el veredicto. La vendería a aquel indeseable, cuyo aliento olía a letrina, pero pagaba generosamente. «Menudo tinglado de trapicheos maneja», pensó.

Ella entró en la habitación con una túnica de percal como única vestimenta, se acercó a él y dijo:

—Mi señor, hoy siento un feroz deseo de complaceros. Pero antes, permitidme solo contemplar la luna llena.

A media noche, se armó un cisco monumental en el palacio del Rajá, cuando lo hallaron sin vida.

Mientras tanto, ella, no lejos de allí, se miraba al espejo con la vista fija en los dos colmillos cánidos que sobresalían y con los que, de una certera dentellada, perforó su yugular. Luego, con un gesto de desagrado, escupió y murmuró:

—Ni siquiera su sangre es digna de mis labios.

 

La guardiana

Iniciaron el viaje cargados de ilusiones, aunque sin certeza alguna. Desde aquel lejano día habían permanecido juntos, nunca quiso separarse de ella, ni siquiera ahora, que era más que visible el inexorable transcurrir del tiempo. Compartieron polvorientos caminos y noches al raso, aunque también, confortables habitaciones y acerados paseos. Los recuerdos se acumulaban en cada etapa, retazos de vivencias. Como aquel que tenía en sus manos, en el que le había vencido el cansancio, y se quedó dormido, mientras esperaba un café y ella parecía velar su sueño. Continuó unos minutos más mirando antiguas instantáneas, restos del pasado perpetuados en papel fotográfico. Más tarde con cierta nostalgia, fijó sus ojos en aquella vieja mochila y, dirigiéndose a ella, murmuró: «Además de ser la guardiana de mi memoria, fuiste una leal compañera de viaje».

PUNTO DE INFLEXIÓN   Laura continuaba con su nueva vida, la cual comenzó aquella noche cuando se cruzó con la imagen que reflejaba de ella, ...

RETAZOS