CÓMPLICES DE CUPIDO
 El día había transcurrido en un carrusel de charlas, risas a raudales y alguna conversación trascendente sobre varios y dispares temas. Daba la sensación de que querían recolectar pensamientos del otro y con ellos formar una guirnalda a su alrededor, una especie de lazo que los uniera, sin atarlos.
La música que componía el oleaje en plena bajamar, el atardecer que asomaba en el horizonte y algún leve roce de sus cuerpos se prestaron, cual cómplices, a desencadenar una cascada de emociones en los pensamientos de ambos.
Él comenzó a desesperar con su timidez, que no le permitía dejar salir su faceta traviesa y, cual forajido, robarle un beso. Ella hizo un comentario sobre el deleite que le provocaba contemplar el crepúsculo, se miraron fijamente y sus labios se fundieron en un largo y apasionado beso. Un instante después, el jadear de ambos rompía el silencio de la noche.

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