DOS VERSIONES


Un hermoso regalo

El cocinero civil del cuartel me encomendó una parte del menú. Junto a otros reclutas debíamos freír unas empanadillas, leí las etiquetas y  notifiqué una anomalía en el etiquetaje, tras cerciorarse detuvo la tarea hasta nueva orden. El resto del  grupo preguntó qué ocurría y tras unos instantes acordamos no continuar con nuestra tarea.

El oficial encargado de cocina, ordenó arrestarme, según él, por inducir a la sublevación. Además consiguió amedrentar al resto, y detener el desorden que se había generado.

Tras unos días en la penumbra de una celda, supe que todo el cuartel se negó a comer las empanadillas y a aquel pelagatos con estrella, se lo había llevado la policía militar. Y aunque, él solo era un reflejo de la podredumbre en esta institución, no le zurcirían más estrellas en su uniforme, aceptar dádivas le costó caro. El respeto y agradecimiento fue el hermoso regalo que recibí de los otros soldados. 

 

Por unas empanadillas…

Al quedarse dormido, la mente de Pedro activó el teletransportador que son los sueños…

Caminaba escoltado por dos soldados que lo llevaron al cuerpo de guardia. Una  vez concluido el correspondiente papeleo lo encerraron en un calabozo.

Tres días después, unos quinientos reclutas mostraban síntomas de intoxicación. Habían ingerido alimentos en mal estado. Él advirtió sobre esta posibilidad e incluso tiró varias raciones a la basura. Este hecho fue la causa que esgrimió el oficial de cocina para encerrarlo.

Dos días más tarde de este suceso, abrieron la puerta de la celda, en ese instante se despertó. A continuación, se incorporó sonriendo, mientras recordaba el final de la historia.

Después del periodo de adiestramiento le destinaron como asistente personal de un alto mando. Además, en la despedida, recibió el agradecimiento de sus compañeros. Por otro lado, el oficial en cuestión no volvería a lucir estrellas en su uniforme.

Unas empanadillas caducadas dieron un giro radical al devenir de ambos.

 

 

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Música burlona

No conseguí encontrar una postura cómoda en todo el trayecto, no obstante, la certeza de que al fin nos veríamos compensó las doce horas de incomodidad. Tras aterrizar, recogí mi equipaje, salí al vestíbulo y busqué con la mirada hasta cruzarme con la suya. Caminé hasta llegar a su lado, nos miramos indecisos, di un último paso y acerqué mis labios con intención de besar sus mejillas, aunque en un movimiento instintivo encontré los suyos, al sentir el dulce calor de su beso deseé que el tiempo se detuviera en ese instante.

Al separar nuestros labios, susurré:

—Ni te imaginas las veces que he soñado este momento…

Ella selló mis labios con un nuevo beso, de repente, una molesta y sonora canción lo interrumpió.

Abrí los ojos; en la cama nada estaba en su sitio, el despertador con su estruendosa música parecía burlarse, apagué el maldito aparato, cerré los ojos y abrazado a la almohada, intenté dormirme de nuevo.

 

 


 

Bromitas a mí…

Ninguno de los allí presentes notó que había un cocodrilo sobre la mesa del comedor. En cambio, Juan se divertía mientras observaba las miradas interrogantes entre ellos. Les sorprendió aquella invitación.

—Ha sido una pena la muerte del joven cocodrilo —dijo uno de ellos.

—Según el parte del veterinario falleció por causa desconocida —contestó Juan, después, preguntó —¿Qué pasó con el cuerpo? No sé nada de él.

Juan notó la sorpresa que les causó aquella pregunta y tuvo que esforzarse para contener su risa, conocía el motivo de dicha reacción. Ellos intentando gastarle una broma, lo dejaron encima de la mesa de su despacho.

—Dejemos a un lado el trabajo —propuso.    

—La caldereta está espectacular, el pollo está muy sabroso —comentó uno de los invitados.   

—No es pollo, es de pescado, diría que rape o congrio —replicó otro.

—Es una carne especial, alguien la dejó encima de la mesa de mi despacho.

La palidez en los rostros fue unánime…

 


Ángel custodio

«¿Por qué no se lo dije cuando me fui…?», me pregunté al conocer la noticia.

Después, cogí el libro que me regaló tres años atrás e intenté concentrarme en la lectura. En la primera hoja, escrito a mano se podía leer; escucha al ratón…

Debió vencerme el sueño, pues me desperté sobresaltado al oír:

—Enhorabuena. Señora directora.

—No fue necesario que dijeras nada, cuando solicitaste la excedencia supe que habías comprendido mi mensaje y, la fábula del ratón y el trozo de queso, esperaba este momento

«Seguro que lo he soñado», pensé.

A continuación, me pregunté sí aquel sueño era para acallar mi conciencia, o sí, él seguía cuidando de mí.

Aunque, lo más probable era que lo hubiera provocado las contradictorias emociones vividas aquel día.

Por la mañana se confirmó mi ascenso y horas después supe de la muerte de Santiago Ortiz, verdadero artífice de mi ascenso y hacía más de un año que no hablaba con él.

 

  

PUNTO DE INFLEXIÓN   Laura continuaba con su nueva vida, la cual comenzó aquella noche cuando se cruzó con la imagen que reflejaba de ella, ...

RETAZOS