La fuerza de la costumbre

A las once de la noche, y como era la costumbre desde que se casaron, el hombre se levantó del sofá y fue a despedirse de su esposa. Ella, extrañada por ese hecho, le preguntó a dónde iba a esa hora, a lo que él respondió:

—Cariño, al mismo lugar que voy a esta hora desde hace más de cuarenta años. —Hizo una pausa y, durante unos segundos, se quedó pensativo, después añadió —: allí nos conocimos hace treinta años, ¿recuerdas aquel día…?

A continuación, en una especie de retrospección fue enumerando distintas anécdotas que fueron sucediendo en el transcurso de los años en los que habían trabajado juntos en la panadería de su propiedad, la cual había heredado de su padre y este de su progenitor, hasta que nacieron sus dos hijos y ella tuvo que abandonar el negocio para dedicarse a cuidar de estos.

Por su parte, la esposa lo miraba con ternura y sonreía. Cuando su esposo dio muestras de que ya no recordaba más historias que contar, se levantó y tras abrazarlo, dijo:

—Manuel, desde ayer estas jubilado, ya no has de ir a trabajar. Además, ya están nuestros hijos y sabes que ellos cuidarán bien del negocio. —Respiró unos segundos y luego sugirió —: ¿Por qué no te sientas a mi lado y sigues contándome cosas de tus tiempos de aprendiz, esos episodios tan divertidos que viviste junto a tu padre y tu abuelo?

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