¿y SI APREDIERAMOS...?

 


La batalla más dura de la operación tormenta del desierto

Aquel día transcurrió tenso a causa de varias escaramuzas, en el hospital no paraban de llegar heridos, alguno de ellos con impactantes heridas y en grave estado.

Cuando al fin llegó una cierta calma, miraba a su alrededor con pesadumbre debido a las dantescas imágenes: Rostros desfigurados, muñones donde anteriormente había piernas o brazos, cuerpos apenas adolescentes condenados a perpetua postración y la sensación de vacío en sus miradas, estaba tan ensimismado en sus pensamientos, que no se percató de que tiraban de su bata. Era un adolescente de unos dieciséis años, de apariencia vivaracha y que le mostraba un pequeño reguero de sangre en su pierna. Tan solo reaccionó al escuchar:

Americano, americano.

Al conseguir su propósito el chico se calmó y Santiago intentó explicarle que no éramos americanos, en ese instante apareció un enfermero iraquí que intentó llevárselo, pero Santiago le detuvo y en inglés le interrogó sobre aquel pequeño personaje, la única respuesta que obtuvo fue un encogimiento de hombros. Entonces, le pidió que le ayudara a saber más de él.

El muchacho observaba atentamente como si comprendiera. Sonrió y dijo en inglés:

Americano, yo solo, yo puedo explicarte. 

Tras decir esto, le pidió que le curara.

Santiago, al ver la levedad de la herida, pensó;

“Seguramente le duela más nuestra impasibilidad que su pierna”.

Sin haber salido aún de su asombro, se dispuso a curarlo, en ese instante su joven paciente le pregunto:

¿Cómo te llamas?

Santiago. Respondió él

Seguidamente, el chico, a modo de presentación y tendiéndole la mano, añadió.

Yo, Hakim.

Me limitaba a ser mero oyente, pero incluso en ese momento aún notaba en su expresión la fascinación que había causado la actitud de Hakim, esta rompía todos los esquemas que la distancia y el desconocimiento alimentaron.

Hakim prosiguió con su interrogatorio.

— ¿Por qué?

— ¿Por qué, qué? Balbuceo como respuesta, mi amigo.

   ¿Por qué queréis ser héroes?

Le espetó y sin darle opción a contestarle, añadió.

Antes de venir vosotros, yo iba a la escuela, estudiaba, aprendí idiomas. Por eso puedo hablar contigo en inglés. Tenía; padres, hermanos, amigos. Todos los días comía y por las noches dormía en una cama. ¿Me lo puedes explicar?

No había en aquellas palabras ni el más mínimo rastro de reproche ni odio, eran tan solo palabras implorantes de explicaciones.

Ante la muda respuesta de su interlocutor, continuó con su discurso.

En las calles me han dicho que habéis venido a salvarnos, pero a mí me parece que es mentira.

La profundidad de la conversación y aquella forma de expresarse inusual en un niño de su edad, le obligaron a hacer mayor esfuerzo en concentrarse para poner de manera adecuada la venda. A su lado yo percibía su tensión y además se me contagiaba. Santiago Intentó darle una explicación, lo más sincera posible, dijo:

— Nos contaban que en este país había poderosas armas químicas y eran una amenaza para el resto de la humanidad. Qué vuestros gobernantes querían provocar una guerra.

Entonces, ¿por qué nos hacéis daño a nosotros? —hubo un leve silencio y prosiguió— ¿Y tú, por qué estás aquí? ¿Por qué te hiciste soldado?

Esta vez, no le cogió tan de sorpresa la pregunta y respondió al instante

  Vi, un anuncio en televisión, en el que decían que estaríamos al servicio de la paz y la libertad, que podríamos ayudar a personas que lo necesitaban.

Durante un breve instante se hizo el silencio, sus miradas se cruzaron y el niño sonrió. Su sonrisa denotaba comprensión y complicidad, esto nos causó desconcierto y aún más cuando él dijo:

— Ahora lo comprendo, los dos somos víctimas de mentiras…

Aquellas palabras fueron el detonante de la batalla más dura a la que se había enfrentado Santiago, desde el inicio de aquella barbarie. En sus pensamientos combatían por imponerse; la conciencia: «¿¡Cómo puedo participar de esta farsa!?», y la razón: «Necesito un trabajo estable».


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