La más dura batalla de la operación; tormenta del desierto

—Americano, americano…  

Un joven intentaba captar la atención de Santiago, este desbordado por el atroz panorama producto de la última refriega, no percibió esta circunstancia. El chico insistió. Cuando al fin el sanitario le prestó atención y observando que buscaba ayuda en la traducción, dijo en perfecto inglés:

—No es necesario. Yo sé hablar el idioma de Shakespeare. 

Santiago no lograba salir de su asombro.

Mientras curaba sus heridas, el joven paciente le preguntó:

—¿Por qué quieres ser un héroe? ―Y sin darle opción a contestar, añadió —: Antes de venir vosotros; tenía padres, hermanos, amigos y novia. Había superado la prueba de acceso a la universidad. Puedes explicarme: ¿Por qué me habéis arrebatado todo eso?

Estas palabras desencadenaron la batalla más dura a la que se había enfrentado Santiago, desde el inicio de aquella injustificable barbarie. En sus pensamientos combatían por imponerse; la conciencia: «¿¡Cómo puedo participar de esta farsa!?» y la razón: «Necesito un trabajo estable».

 

SUEÑOS LETALES



 Sueños letales

Un día más trotó hasta el viejo molino, se tumbó en el suelo, cerró los ojos y se dejó vencer por el sueño. Repentinamente sintió una respiración que no era la suya y tras escuchar un suave relincho, abrió los ojos. A su lado un extraño caballo con alas le miraba con ternura.

—¿Quién eres tú? — Preguntó sobresaltado.

—Soy Rocinante, tu alter ego en sueños —después añadió —:¿Qué haces dormido a pies de este gigante? En cualquier momento te puede atacar.

Mientras tanto a cierta distancia el dueño de la granja a la que pertenecía nuestro protagonista, se quejaba un día más de la escapada de uno de sus caballos. Aunque sabía dónde encontrarlo, empezaba a estar cansado de sus fugas. Se dirigió hasta el viejo molino en su busca, pero al llegar contempló una dantesca escena; las paredes manchadas de sangre, en las aspas y esparcidos pedazos de lo que fue un hermoso caballo blanco.

 

 


 Deseo feroz

Sus pensamientos se asemejaban a una candela chisporroteante. Aquella joven hurí rehusaba complacerle y eso lo exasperaba. Aquella noche decidió poner fin a su provocación y, en caso de no ceder, dictaría el veredicto. La vendería a aquel indeseable, cuyo aliento olía a letrina, pero pagaba generosamente. «Menudo tinglado de trapicheos maneja», pensó.

Ella entró en la habitación con una túnica de percal como única vestimenta, se acercó a él y dijo:

—Mi señor, hoy siento un feroz deseo de complaceros. Pero antes, permitidme solo contemplar la luna llena.

A media noche, se armó un cisco monumental en el palacio del Rajá, cuando lo hallaron sin vida.

Mientras tanto, ella, no lejos de allí, se miraba al espejo con la vista fija en los dos colmillos cánidos que sobresalían y con los que, de una certera dentellada, perforó su yugular. Luego, con un gesto de desagrado, escupió y murmuró:

—Ni siquiera su sangre es digna de mis labios.

 

La guardiana

Iniciaron el viaje cargados de ilusiones, aunque sin certeza alguna. Desde aquel lejano día habían permanecido juntos, nunca quiso separarse de ella, ni siquiera ahora, que era más que visible el inexorable transcurrir del tiempo. Compartieron polvorientos caminos y noches al raso, aunque también, confortables habitaciones y acerados paseos. Los recuerdos se acumulaban en cada etapa, retazos de vivencias. Como aquel que tenía en sus manos, en el que le había vencido el cansancio, y se quedó dormido, mientras esperaba un café y ella parecía velar su sueño. Continuó unos minutos más mirando antiguas instantáneas, restos del pasado perpetuados en papel fotográfico. Más tarde con cierta nostalgia, fijó sus ojos en aquella vieja mochila y, dirigiéndose a ella, murmuró: «Además de ser la guardiana de mi memoria, fuiste una leal compañera de viaje».

PUNTO DE INFLEXIÓN   Laura continuaba con su nueva vida, la cual comenzó aquella noche cuando se cruzó con la imagen que reflejaba de ella, ...

RETAZOS