Corría el año 1460, los
mitos y fábulas proliferaban por doquier. Pedro Álvarez, no creía en las
leyendas, ya que las consideraba historietas del abuelo. Sin embargo, a raíz del
suceso acaecido hacia tres meses y la pesadumbre que sentía y martilleaba su
conciencia, comenzó a dudar y se preguntaba; ‹‹¿Será cierta aquella que habla
del color de las almas?, ¿la tendré yo negra?››. Según había escuchado de los
ancianos del lugar, esta las dividía en tres grupos, negras, grises y blancas, dependiendo
del comportamiento del individuo, su ánima tendría uno distinto.
Aquella
noche le costaba sobremanera quedarse dormido y una vez que ya su mente había logrado
un estado en duermevela ocurrió algo inesperado; delante de él, una figura
femenina lo miraba fijamente, en su rostro destacaban dos negros ojos que
brillaban intensamente, esto le sobresaltó debido a que le dio la sensación de
conocerlos, hasta que escuchó una dulce voz que le dijo:
—No
te atormentes, no fuiste tú quien disparó la flecha. Además, la tierna mirada que
cruzamos me dio la oportunidad de una nueva reencarnación, ya no volveré a ser …
—se quedó callada unos segundos y añadió —: quizás nos encontremos de nuevo en
otra vida —. Después desapareció.
Él
ya no pudo reconciliar el sueño, su memoria trajo al presente la nefasta noche,
origen de sus desvelos;
Hacía
tres meses desde que la vio por primera vez, los mismos que llevaba intentando
que ella bajara la guardia y en consecuencia fuera más atrevida y se acercara. Incluso
pasó varias noches en vela observándola a escondidas, mientras fantaseaba con
el momento de seducirla, a pesar de tener fama de escurridiza, además de ser
bastante agresiva, aunque su belleza también era innegable. Por su parte ella, cuando
se dejaba ver, solía hacer amagos de aproximación, incluso en una ocasión y en
la oscuridad de la noche, Pedro pudo ver sus ojos brillar. Sus movimientos eran
cautelosos, su actitud desconfiada, le hacía dar pequeños pasos, detenerse y
desaparecer sin apenas dejar rastro.
Su
esposa que estaba al tanto de todo, no solo, no ponía impedimentos, si no todo
lo contrario, por lo que, una noche Pedro le comentó que daría el paso
definitivo para traerla a la casa, ella le preguntó:
—¿Crees
que lo conseguirás?
A
lo que él respondió:
—Sí
hoy aparece, lo tengo todo pensado, cuando vea lo que puede conseguir, no podrá
resistirse.
—Tenerla
en casa rompería la rutina —Fue su respuesta
Aquella
noche vieron cumplidos sus deseos. Se mantuvieron inmóviles observando como se
acercaba, cuando el hombre consideró que estaba a una distancia que, aunque huyera
le permitiría acertar, salió de su escondite y se plantó delante de ella, ambos
se quedaron quietos como petrificados mirándose a los ojos, en ese instante la
esposa de Pedro dejó su escondrijo, le arrebató la ballesta de las manos y de
un certero disparo mató al animal. Miró a su marido y le reprendió por no haber
reaccionado, Tras dirigirle una mirada, él se marchó bajo la lluvia y la dejó
mirando el cuerpo de aquella Jineta que merodeaba por los alrededores de su
granja con no buenas intenciones. La mujer se agachó, tomó el cadáver y se
dirigió a la casa. A los pocos minutos la cónyuge entró en el salón con el cadáver
en los brazos y se dirigió a el diciendo:
—Mañana
iniciaremos la disecación de esta maldita alimaña, y rellenaremos el hueco que
hay encima de la chimenea, al menos servirá para cambiar la monótona decoración
del salón.
Transcurría
el año 1960, Ramon Álvarez, que desempeñaba labores de selección en una empresa
de recursos humanos, revisó las entrevistas que debía hacer durante la mañana, mientras
lo hacía, pensó: ‹‹Siempre la misma rutina, hoy será igual que ayer, que antes
de ayer e igual que los últimos seis años››. No se imaginaba la sorpresa que la
vida le había reservado para ese momento. Se asomó al pasillo y pronunció un nombre.
Resultó ser una joven que a simple vista le pareció atractiva. Ella entró en el
despacho, donde él la esperaba de pie, una vez, uno frente a otro, los dos se
quedaron paralizados durante varios minutos, fue ella quien rompió el silencio
al preguntar:
—¿Nos
conocemos?
Él
no conseguía salir del ensimismamiento en el cual lo habían sumergido, los
negros y brillantes ojos de la mujer, solo pudo balbucear:
—Tengo
esa misma sensación…
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